Escala 1:43
Jordana Blejmar, Natalia Fortuny y Martín Legón
¿Puede un juguete convocar nuestra historia? ¿Qué nos trae su materialidad fabricada, publicitada, coleccionable y enredada en juegos?
Escala 1:43 propone un diálogo entre una selección de juguetes producidos y comercializados en Argentina desde mediados del siglo pasado y nuestra historia política, a la vez que señala la presencia de estos objetos en artefactos artísticos contemporáneos. Los juguetes -esa particular clase de cosas con las que interactuamos desde pequeños arman aquí un recorrido no lineal que devela zonas vitales de nuestra cultura material. Lejos de una mirada nostálgica o melancólica hacia el mundo perdido de la infancia, aquí los juguetes son tanto objetos lúdicos como parte fundamental de nuestro patrimonio cultural: documentos históricos, íconos de época, dispositivos de ficción.
“Si consideramos la historia del juguete en su totalidad”, escribió Walter Benjamin, “el tamaño parece tener una importancia mucho mayor de lo que se pudiera creer en un primer momento”. Giorgio Agamben advierte además que el juguete, cuyos orígenes se remontan a las esferas de lo sagrado y de lo práctico-económico, nos invita a repensar nuestra relación con el tiempo gracias al proceso de miniaturización de objetos cotidianos.2 Precisamente, la muestra y este libro están organizados a partir de la idea de escala y toman su título de las proporciones de una de las piezas en exhibición: un Ford Falcon en miniatura de la marca nacional Buby. Estos autos a escala se vendían en las jugueterías argentinas durante los años setenta y ochenta mientras el modelo original devenía símbolo del accionar dictatorial y la compañía automotriz exhortaba en sus publicidades a “mantener el país en marcha”.
Escala 1:43 abre con “Construir es hacer”, una sección de bloques y juegos de construcción de las décadas del cuarenta y cincuenta. Esta zona traza un diálogo entre las teorías pedagógicas del siglo XIX, los movimientos de vanguardia de principios de siglo XX y los juguetes repartidos por el peronismo en Argentina. El recorrido continúa con un apartado donde se desoculta la división sexual del trabajo que transportan ciertos juguetes al proponer dos mundos diferenciados: el de los futuros varones trabajadores y el de las futuras amas de casa. Luego, la sección “Violencias” incluye piezas asociadas a la violencia política y a episodios ocurridos durante la última dictadura cívico-militar (1976-1983): las revistas infantiles celebrando el centenario de la llamada “Conquista del Desierto”, los juguetes de Malvinas, la guerra y la democracia convertidas en juegos de mesa.
Otras obras despliegan escenarios habitados por espíritus sombríos. En ellas, bebotes, muñecas y armas a escala evocan lo traumático y lo siniestro desplegado en la infancia: espectros, dobles, desaparecidos. Por último, la sección “Barbies, dinosaurios y un Cristo” incluye imágenes que reconstruyen la atmósfera de los años noventa en adelante: un peculiar tono de fin de fiesta, la contundencia de las políticas neoliberales de consumo y exclusión, y el abrigo del arte como espacio de encuentro colectivo. Al poner en común objetos y artefactos heterogéneos, Escala
1:43 invita a prestar atención a las trayectorias de los juguetes argentinos, a la agencia de su materialidad y a su recurrencia en las producciones visuales contemporáneas. En suma, al modo en que, como explica Bruno Latour, las cosas producen cosas y tienen efectos concretos en el mundo.