Cómo resuenan las llamadas crisis neoliberales en los cuerpos, esos territorios de luchas contra opresiones? ¿Qué acciones necesitamos reinventar para detener la maquinaria capitalista que arrasa lo vivo?
2001 volvió a hacer visible que las prácticas vitales requieren de anclajes colectivos en los que desplegarse. Dejó a la vista que las urgencias obligan a crear entramados que inventen estrategias para seguir viviendo.
2001 como tajo por el que brotaron viejos saberes que mostraron, una vez más, que hace falta un cuerpo colectivo para soportar dolor, injusticias, empobrecimiento y muertes.
Al menos desde la década del 50 se vienen desplegando diferentes acciones y discusiones en torno al territorio llamado Salud Mental. Nombre que insiste y acarrea, tanto las divisorias coloniales mente cuerpo como el imperio polarizante y totalizador del binomio salud-enfermedad. Recorrido de experiencias que insisten en luchar por la desmanicomialización y contra la normalización de la existencia. Ya se sabe que lo normal funciona como principio que regula y coacciona.
Otras formas de accionar lo clínico, más acá y más allá de las paredes de manicomios, hospitales, escuelas, universidades y consultorios.
La salud como acto colectivo (ni coercitivo ni prescriptivo), como invención de posibilidades aún en un mundo donde hostilidad, arrogancia, odio y juzgamiento limitan, patologizan y enferman.
Escribe el poeta “el pasado está ahí. / No susurra: grita / y sus alas quemadas golpean contra el olvido”.
2001 – 2021 prácticas clínicas (y sociales y estéticas y políticas) que insisten, como las revueltas, en pulsar por nuevos sentidos para este viejo mundo.